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lunes, 17 de junio de 2013

Un tranvía llamado deseo ...

El genial Elia Kazan da por nombre "A streetcar named desire (1951)" la original puesta en escena de la genial obra de teatro de Tennessee Williams del mismo nombre. Un tranvía llamado deseo es un florilegio de situaciones caóticas en la cual una solitaria y refinada Blanche DuBois (Vivien Leight) ya entrada en años, irrumpe la tormentosa vida de pareja que componen su hermana Stella Kowalski (Kim Hunter) y su marido, el rudo y chabacano inmigrante polaco Stanley Kowalski (Marlon Brando) en su apartamento en Nueva Orleans, donde conviven asentados entre la indolencia y la mezcolanza.   

El indeleble paso del tiempo siempre toma con sus garras a quienes huyen de ella, aunque pervivan en las sombras. Las sombras de un oscuro y misterioso pasado que envuelven a  Blanche, una dama sureña educada en la más alta alcurnia que busca disipar de sí su pasado con su trato personalizado, pícaro y exquisito, deseando sobremanera ser tratada como el título de lady lo amerita y que no busca más que amabilidad y delicadeza entre quienes la rodean, una filosofía que no será compartida por su cuñado Stanley el cual se esfuerza en descubrir lo que Blanche esconde y que el film nos proporcionara a cuenta gotas en un inicio, dejando a Blanche sumida en una contienda consigo misma, y con tremendo ser tan desquiciado, machista y violento, contrario a ella, manteniendo sus mentiras pendiendo de un hilo.

Ese dimorfismo mueve los hilos de la película, la contundencia de la performance de su tridente actoral que el tiempo ha perennizado y hoy harían ver como las más avanzadas clases de actuación, casi inimitables y que forjarían los cimientos de lo que sería el cine posteriormente a través del Actors Studio quizás la escuela interpretativa más influyente del cine, que crea Kazán conjuntamente con Lee Strasberg; la definición de unos diálogos fulgurantes y precisos, la sobria iluminación y la densa y estética fotografía blanco negra de Harry Stradling Sr., refuerzan su carácter de clásico instantáneo. Eso y el comienzo de la leyenda Brando aunque ésta no fuera su primera actuación (Hombres fue la primera en 1950) ya hablan de la cúspide casi inalcanzable que lograría apenas con 25 años, consagrándolo unos años después con On The Waterfront (1954) y llevada a categoría de mito casi dos décadas después con El Padrino I (1971).

 Esa violencia aplacada y a la vez fortuita de Stanley, cual animal salvaje desencadenado se desprenden con su sola mirada, con el menor intento de un gesto y con su voz autoritaria e indócil, que no provoca más que quedar mirándolo y descuidar otros detalles de la escena, él es un ser previsible, sensato. Blanche extravagante en cambio, busca aparentar en su bizarría lo que no es, quedándose estancada en su mente, en sus mejores años, dejando señas incluso de no saber si ella misma esta creyendo sus mentiras y si su sobreactuado papel digamos, intencionado, no hace más que complicar el afán de conservar sus secretos bien secretos sobretodo de Stanley, por el cual siente un temor lascivo, una fascinación especial. Pero Stanley percibe ese misterio llevando sin atenuantes su acoso a Blanche hasta acabar volviéndola loca para luego ser internada en un instituto psiquiátrico.


Hasta allí Stanley a través de Brando perfecto. Pero es la actuación de Vivien Leight la que le otorga al film un grado de notoriedad. Su dedicación para interpretar un papel que le venía a pelo tenia sus propias complicaciones, teniendo en cuenta que Leight tuvo que reforzar su acento sureño, el cual ya había impresionado en Lo que el viento se llevó y que la haría repetir dicha vocalización, teniendo en cuenta que ella es de origen Británico, alcanzando el mismo nivel de Scarlett O´Hara lo que ya es tremendo mérito. Sin mencionar su poca química con el director.
Kim Hunter completa este inolvidable tridente. Stella padecía también su propia lucha interna, sumida entre la impotencia de poder hacer poco o nada para amoldar a su brusco marido y la pena de ver a su hermana viviendo su propia fantasía, adulando de lo que ya no es no pudiendo confrontar reiterados careos de Stanley pero entendiendo gracias a ella, que convivía con un híbrido entre humano y animal y que su futuro y el de su próximo bebé quizás no tendría el mejor provenir con el.  

Un tranvía llamado deseo también plantea una discusión de carácter social, la sexualidad y la vulgaridad, el machismo y el acoso, el sometimiento y la pasividad, el miedo a la soledad y al abandono, la locura, el perdón y el castigo vistos desde un enfoque artísticamente magistrales quizás muy incisivas para el común pensamiento de la sociedad norteamericana de los cincuentas. 
Brando dijo una vez que Elia Kazan era el mejor "director de actores" porque nadie mejor que él conocía el papel del actor porque él era actor. Porque se comprometía con el actor sacando lo mejor de él gracias a la imposición del "sistema del método", en el cual el actor viva de verdad la encarnación de personaje en escena y el trabajo que hacía sobre el guión a través de la memoria emotiva y la improvisación. Y para Kazan Marlon Brando era el máximo genio que pudo ver sobre un escenario. De genio a genio, de manera retribuida y justa.

Un tranvía llamado deseo es una película imperecedera y vital gracias a la magistral dirección de actores de Kazán, a las actuaciones atemporales e irrepetibles, al talento brutal de Leight y Brando, a un guión que escasea hoy, llevado a su clímax en la escena final con Stella huyendo, presagiando lo que Stanley con su brutalidad suscitó. Un final de justos perdedores, todo error tiene un precio que pagar y Kazan lo entiende así.

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